Introducción

En búsqueda de saldar una cuenta pendiente, a principios de 2009 decido irme a viajar a Nueva Zelanda por un año. Empiezo a organizar el viaje de a poco, averiguando datos, hablando con gente que estuvo allá, recibiendo nada más que comentarios positivos. La única dificultad parece ser conseguir un cupo para una visa de vacaciones de trabajo, hay sólo 1.000 lugares por año para Argentina. Pero con un poco de suerte y bastante insistencia, a fines de Octubre de 2009 logro conseguir la Working Holiday Visa para Nueva Zelanda por un año. En cuestión de días termino de ultimar los detalles y consigo un boleto de avión para el 25 de Noviembre de 2009 con destino a Auckland. Si bien mi círculo cercano estaba al tanto de mi proyecto, con el boleto de avión y visa en mano comunico a todos mi decisión de irme a viajar por un año. Muchos se sorprenden, no entienden mucho lo que estoy haciendo. Pero la gran mayoría me apoya, se alegra de mi decisión. Sin tomar real dimensión de la decisión que estoy tomando, dejo en Córdoba a toda mi vida: a una novia, a mi familia, en la cual se incluye mi único sobrino de un año y medio de edad, dejo mi trabajo como Abogado de empresas en un Estudio Jurídico y una jugosa propuesta laboral, dejo mi departamento y todas mis cosas, vendo mi motocicleta, y cargo en una mochila lo justo y necesario para vivir por un año.
No tengo otra certeza de que llego a Auckland el 27 de Noviembre, no sé que voy a hacer, ni dónde voy a ir, ni de qué voy a trabajar. Pero hay algo que me lleva a tomar la decisión de irme a viajar, y es tan fuerte que elijo hacerlo, por encima de lo que cualquiera consideraría -yo incluido- una vida ideal.
Llego finalmente a Nueva Zelanda el 27 de Noviembre de 2009. Apenas llegado viajo con  mis amigos Gastón y Vicky durante unos veinte días por toda la isla norte en auto. Me empiezo a asombrar de lo hermoso que es el país, su organización, la calidad de vida de la gente. A fines de Diciembre me instalo con mis amigos en Paihia, un pueblito turístico de ensueño en la costa este de la isla norte. Aguas cristalinas, bahía llena de islas y barcos, realmente hermoso lugar. Trabajo allí todo el verano, dando mis primeros pasos en la cocina de un restaurante, y descubriendo una verdadera pasión en algo que siempre hacía como hobbie: cocinar. Paso un verano increíble, cumpliendo el sueño -o mito- del que “deja todo” y “se va a trabajar a la playa”. Conozco cientos de amigos, de todas partes del mundo, vivimos todos en un hostel a una cuadra de la playa. Trabajo en el restaurante más lindo del pueblo y en muy poco tiempo logro progresos gigantes en mi nueva profesión de “chef”. Viajamos con mis amigos casi todos los fines de semana a playas cercanas, formamos un grupo realmente muy lindo, lo más parecido a una “familia” por estos lugares.
Luego de un verano increíble, se cumple el ciclo en Paihia y me mudo con mis amigos a la isla sur de Nueva Zelanda. Vamos bajando en auto y recorriendo lo que nos faltaba conocer de la isla norte. Cruzamos el estrecho de Cook en ferry hacia la isla sur y nos instalamos en la zona de Nelson, otra ciudad muy pequeña, realmente hermosa, rodeada de bosques, montañas, mar, clima soleado todo el año, y un entorno artístico y bohemio que lo hace un lugar ideal para vivir en paz y tranquilidad. Trabajo primero con mis amigos en una fábrica en Motueka, que empaqueta manzanas para exportación. Jornadas de casi 12 horas de trabajo, pocos francos de descanso, vida de obrero, de la casa a la fábrica, de la fábrica a la casa. Luego de tres semanas y muy buenos ingresos, decido volver a mi pasión: la cocina. Consigo rápidamente trabajo en un restaurante Italiano en Nelson, cuyos dueños son Arko y Luciano, indio y brasileño respectivamente, con quienes en muy poco tiempo forjamos una relación de amistad aparte de la laboral. A esta altura ya me encuentro consolidado como chef, estoy “segundo” en la cocina, y en pocas semanas tomo a mi cargo casi la totalidad de la producción del restaurante y la dirección del despacho de comida durante los servicios de almuerzo y cena. Me descubro a mí mismo trabajando apasionadamente, algunos días hasta 13 o 14 horas continuas, con gran dedicación. La gran cantidad de horas de trabajo redundan en buenos ingresos, tengo mi propio auto sedán, con el cual también viajo por todos lados, desde Nelson tengo a menos de dos horas centros de ski, playas paradisíacas, lagos y montañas, centros termales, de todo. Logro ahorrar bastante, así que en Julio me voy por un mes de vacaciones a Tailandia con amigos, recorremos por un mes casi todo el país, sus ciudades, templos, selva, playas paradisíacas, comidas, cultura, etc. Vuelvo a Nueva Zelanda, sigo trabajando en Nelson y en el mismo restaurante, en donde me ofrecen una visa de trabajo por para quedarme por dos años más, conformes al parecer con mi desempeño. Me veo en la situación de tener que elegir entre quedarme en Nueva Zelanda y seguir con la vida que venía haciendo, o volverme a Argentina.  Me decido entonces por volver a Argentina, me puedo considerar satisfecho con todo lo que viajé y lo que me queda aún por viajar. Decido priorizar mi vida afectiva, familia, amigos y mi futuro profesional, por sobre la alternativa individual de seguir viajando.
No obstante, antes de volverme a Argentina, organizo y planeo lo que va a ser mi último viaje en este año: un viaje en bicicleta. Siempre anduve en bicicleta durante los últimos años en Argentina, pero nunca hice un viaje largo, y creo que el lugar y el momento no podrían ser mejor para hacerlo. A los pocos días entonces me estoy comprando una bicicleta y todo el equipo adicional. Reviso un poco los mapas de la Isla Sur, y armo mi itinerario desde Nelson hasta Milford Sound, para algunos considerado el sitio “meca” del turismo en Nueva Zelanda, ubicado en el Fiordland National Park, en el extremo sur de la Isla Sur.
El recorrido en total son unos 1.200 kilómetros aproximadamente, de sólo pensarlo me parece una locura. Al principio dos amigos de Argentina, Pepe y Nico, parece que se suman para hacer el viaje conmigo, pero al final se ven imposibilitados de hacerlo, por lo tanto hago el viaje solo, tal como lo tenía pensado en principio. Y me siento conforme con ello, pienso que los viajes en soledad estimulan la espontaneidad, el ejercicio de la intuición, las sorpresas, y la vivencia de experiencias que sentados en la seguridad de nuestro sillón en casa difícilmente podamos vivir.
Planeo completar el recorrido en 20 días aproximadamente, con un equipo muy básico, consistente en una bicicleta de cicloturismo, carpa, bolsa de dormir, aislante, cocina de campaña, alimentos y abrigo, todo ello cargado en las alforjas y parrilla trasera de la bicicleta.
Por todo esto, me resulta de gran placer compartir los relatos de este viaje, marcado por las inclemencias del clima neocelandés, grandes distancias, las pruebas a la resistencia mental y física, algunos desperfectos técnicos en la bicicleta, pero fundamentalmente la contemplación al lento ritmo del pedaleo de paisajes imponentes que difícilmente pueda olvidar.

Lunes 01.11 – DE NELSON A OWEN RIVER – PRIMER DÍA

Finalmente llega el día de la salida. Me despierto temprano, a las 6 am, luego de una noche de sueño reparador, como no me lo hubiera imaginado, por los inevitables nervios y la ansiedad que conlleva la partida. Desayuno opíparamente, té, pan, huevos revueltos, armo mi equipaje y despierto uno por uno a mis amigos que viven en el departamento conmigo para despedirlos. La despedida es rápida porque hace bastante frío, sacamos la foto de rigor, nos damos un abrazo y nos despedimos hasta la vuelta -espero-, en tres semanas. La primera impresión que tengo cuando termino de cargar todo en la bici -por primera vez- y empiezo a andar es de no creer lo pesada y rara que se siente. Nunca anduve con una bici tan cargada, y la diferencia es notable en los primeros metros. Salgo entonces de Nelson muy despacio, midiéndome con la bici en esta nueva condición. Son las 7 am, un día espléndido de sol brillante, pedaleo muy tranquilo, admirando y disfrutando de Nelson, el hermoso lugar que fue mi hogar por más de seis meses. Salgo de la ciudad por la ruta 6, mucho tráfico a esa hora de la mañana, llego a buen ritmo y en poco más de 30 minutos a Richmond, luego a la hora de viaje hago mi primer parada en Wakefield a 30km de Nelson, haciendo así un más que interesante promedio de 30km/h para el primer tramo. Los primeros kilómetros son bastante fáciles, casi todo el tramo es llano así que no tengo demasiadas exigencias. Hasta que llega la primer subida, son unos dos o tres km de subida pronunciada que me dejan el corazón en la boca. A esta altura me doy cuenta rápidamente que a la bici le vendría bien una marcha adicional, tiene 21 velocidades y veo que en subidas pronunciadas la marcha más liviana aún hace difícil la escalada, pero a fin de cuentas ya es tarde, ya estoy en pleno viaje y no me queda otra que acostumbrarme a lo que hay, aparte las rutas de Nueva Zelanda son una constante de bajadas y subidas, tendré que aprender a lidiar con ellas. Luego de esta primer subida le suceden un par de bajadas interesantes, la bici cargada agarra velocidad con suma facilidad, así que trato de mantener los ojos bien abiertos para evitar que cualquier imperfección en el camino -casi imposible de encontrar sin embargo, las rutas parecen un billar- me haga terminar aterrizando en el pavimento, cosa que no sería nada agradable. El paisaje cambia bastante, dejo las urbanizaciones y me veo rodeado de montañas repletas de bosques de pinos, siento un inmenso placer de poder recorrer con la bicicleta estos lugares. Hay gran tránsito de camiones cargados de troncos de pino, así que trato de estar atento y mantener firme la dirección porque más de uno me pasa muy cerca y la estela de viento que dejan al pasar es bastante peligrosa. El clima para el primer día no puede ser mejor: sol a pleno, casi nada de viento, y el poco viento que hubo, lo tuve a favor. Un poco frío, 5 Cº, pero se aguantan una vez que entro en calor. Otra cosa que advierto es que me cuesta encontrar el termostato para estar cómodo con el abrigo: con una misma prenda en las subidas me transpiro entero, y en las bajadas el viento frío me congela, son las cosas que van surgiendo en el transcurso de los primeros kilómetros. Sigo pedaleando, recibo muchos saludos de los conductores (será porque llevo la camiseta Nro. 10 de la selección argentina?), lo cual me distrae un poco. Pues bien, a las 12 del mediodía paro a almorzar, veo en la ruta un arroyo con un pequeño claro y decido tener ahí mi primer almuerzo. Preparo con mi cocina portátil dos paquetes de “noodles”, muy buena opción para estos viajes, ricos, livianos y baratos. Estoy preparando mi almuerzo cuando veo que se acerca un equivalente a nuestro “gaucho”, y digo “equivalente” porque acá se modernizaron y en vez de andar a caballo lo hacen en cuatriciclo. Al principio pienso que me viene a retar porque me había saltado el alambrado y estoy cocinando al lado del río dentro de su campo. Sin embargo se muestra muy amable y simpático, conversamos un rato, le cuento que soy de Argentina, y que viajo en bicicleta desde Nelson hasta Milford Sound, se sorprende y me felicita. Se retira amablamente, y me dispongo entonces a almorzar mis suculentos “noodles”. Luego del almuerzo y de un pequeño descanso, continúo la marcha. Advierto también que no es fácil administrar el tema del agua, que no es un tema menor sino todo lo contrario, llevo una botella de 750ml en el bolso del manubrio y otro bidón de 2 litros, pero me los termino rápidamente y no es fácil encontrar lugares para cargar: lo que en el mapa aparecen como “pueblos” son a veces sólo un conjunto de casas de campo repartidas al azar, o lo que es peor, sólo un cruce de rutas. Por el momento me las arreglo bien, una señora me da agua en una casa de campo, y en otra ocasión me sirvo directamente de la canilla de afuera en otra casa en la cual -aparentemente- no hay nadie. Siguiendo con el pedaleo, me sorprende así otra subida, terriblemente agotadora, por momentos interminable, probablemente la más dura que haya hecho jamás, será tal vez la sensación de estar tan cargado. En un momento me veo obligado a parar porque no tengo aire y siento que las piernas se me prenden fuego. Tomo aire y coraje, decido terminar la subida, llego así a lo que resulta ser la cima de una montaña, 634 metros de altura según un cartel que así lo indica, y culmino el primer gran desafío con gritos de dolor y alegría incluidos. Cada subida o cada recta interminable se convierten así en desafíos a mi resistencia física, aunque fundamentalmente mental, momentos en que las piernas parecen no dar más. Son esos momentos en donde entran a jugar la fuerza de voluntad y la convicción de lograr el objetivo, lo cual me da fuerzas para continuar. En fin, luego de esta primer subida descanso un poco, saco unas fotos porque la vista es hermosa, sigo pedaleando y tomo una bajada tan pronunciada como la subida que acabo de conquistar, me dispongo entonces a poner en alerta mis sentidos nuevamente, tomo gran velocidad y disfruto de la adrenalina y el viento en la cara. Hablando de la velocidad, decidí en este viaje no traer velocímetro. Prefiero no estar pendiente de la exactitud de los kilómetros que hago cada día, y confirmo que fue una buena decisión no haberlo traído. Me guío por los mapas que tengo y las señales viales que aparecen de vez en cuando. Se cuándo voy lento, cuándo voy despacio, y cuándo es el momento en que mis piernas dicen basta y necesitan un descanso. No estoy corriendo una carrera, ni tampoco tengo prisa de llegar a ningún lado. Estoy de vacaciones, y lo hago viajando en bicicleta. Tomo como hábito parar cada una hora aproximadamente, estirar las piernas, comer algo y seguir camino. Volviendo al día de hoy, aproximadamente a las 5 de la tarde, y luego de haber recorrido algo así como 110km, veo el cartel de un camping junto a un río azul cristalino que me acompaña desde hace varios kilómetros, y decido así que es más que suficiente distancia para el primer día. Pensaba llegar a Murchison, a 130km de Nelson, y seguramente lo hubiera logrado, pero en vez de pasar la noche en una ciudad prefiero parar y acampar allí en la naturaleza junto al río, el lugar es bellisimo. Estoy absolutamente solo en el camping, así que desarmo mis petates y armo mi carpa junto al río. En ese momento me ataca una nube de “sandflies”, que son como mosquitos, pero de la mitad del tamaño, y el doble de dolor y picazón cuando atacan. A duras penas logro armar la carpa y me tengo que meter adentro porque las sandflies son insoportables. Armo mi merienda con galletas de chocolate, Nutella, y feliz con el desarrollo del primer día de travesía, me dipongo a ponerme cómodo para escribir este relato, siendo las 18.25.










Martes 02.11 – DE OWEN RIVER A WESPORT – LIMTES A PRUEBA

La noche anterior, luego de terminar mi relato me acuesto a leer dentro de la carpa, a eso de las 19.00 me quedo dormido, y resulta que dormí hasta hoy a las 7, se ve que el primer día me agotó. Me despierta el frío a las 3 de la mañana, así que me meto en la bolsa de dormir y duermo como un tronco. Me despierto entonces a las 7, me duele absolutamente cada centímetro de mi cuerpo, la mitad por haber pedaleado ayer 110km, la otra mitad por haber dormido 12 hs en el piso de la carpa. Me levanto, hace bastante frío, silencio absoluto al lado del río, me preparo un termo de té, galletas y Nutella para desayunar. Luego de desayunar armo todo mi equipo sobre la bici y a las 8 ya estoy en la ruta pedaleando. Apenas empiezo a pedalear siento las piernas muy pesadas y fatigadas, mucho dolor de culo y rodillas, y tengo la impresión de que no voy a poder completar ni medio kilómetro. Por suerte luego de algunos minutos entro en calor y agarro buen ritmo de pedaleo. Atravieso un valle hermoso, custodiado en ambos lados por montañas repletas de bosques. La gran parte del primer tramo de 20km que hago son llanos, así que lo hago a muy buena velocidad y ritmo de pedaleo. A la hora de salir llego a Murchison, en donde me abastezco de agua y consulto por las disponibilidades existentes en los pueblos que siguen. Se me acerca un anciano muy simpático, me da indicaciones del camino y me desea muy buena suerte. Largo así de nuevo, empezando a bordear nuevamente un río azul cristalino, en medio de un valle increíble. La ruta empieza a subir y bajar con más intensidad, algunas subidas me cuestan bastante pero en ninguna de ellas caigo en la tentación de parar. Por suerte la recompensa luego de cada subida es por lo general una bajada equivalente en la cual me nutro de la dosis necesaria de adrenalina y descanso las piernas para la subida que seguramente le seguirá, parece ser una constante por las rutas de Nueva Zelanda. Las vistas y los paisajes son realmente imponentes, uno detrás del otro se suceden, el camino bordea todo el tiempo el Buller River, de un azul profundo y cristalino, rodeado de bosques. Con gran esfuerzo llego al mediodía a Inangahua Junction, logrando completar algo así como 70km en cuatro horas. Paro en una despensa, en la cual una mujer me reconoce por la camiseta de Argentina y me dice que me vio ayer en la ruta. Me compro dos sandwiches gigantes, pero al terminarlos me doy cuenta que ni me acariciaron el estómago así que me preparo dos paquetes de noodles con los cuales sí quedo definitivamente satisfecho. Me sorprendo con el hambre que me da andar en bicicleta todo el día, si antes pensaba que comía mucho, no es nada en comparación con lo que engullo cada día de pedaleada. Luego de almorzar, dormito un rato sentado en el sol haciendo la digestión, y arranco nuevamente a pedalear. Me quedan sólo 40km para llegar a Westport, los cuales en ese momento subestimo y supongo que puedo hacer en algo así como dos horas. Sin embargo una vez que arranco me sorprende un fuerte viento en contra, los primeros kilómetros se soportan, pero luego se hace muy difícil avanzar, hasta incluso en las bajadas. Llego al colmo de mi paciencia cuando en plena subida y con pleno viento en contra me choca una abeja en el casco, y en su aterrizaje no tiene mejor idea que picarme en el muslo. Le dedico una puteada a la abeja, el viento y todos sus antecesores. A la hora de haber salido no llevo más de 10km, menos de la mitad de lo que venía haciendo. Las condiciones me hacen ir muy despacio, y a todo esto se suma que me siento muy cansado. Por si todo no fuera poco, se empieza a nublar y al poco tiempo está lloviendo, bastante frío, así que panorama completo. Se me vienen a la mente muchas preguntas, sobre todo qué estoy haciendo ahí, deseo estar cómodo y caliente en mi casa, es inevitable pensarlo, pero saco fuerzas y voluntad -no sé de donde- para seguir pedaleando, no me doy por vencido tán fácil, después de todo recién es el segundo día de viaje. Luego de las inclemencias del tiempo llego en más de 4 horas a Westport, mojado, cansado, muerto de hambre y frío. Decido entonces alojarme en un hostel, me doy un baño caliente que disfruto como si no me hubiese bañado hace meses. Ceno dos platos gigantes de arroz, cuatro huevos y una lata de atún. El hostel es muy cálido y cómodo, así que me siento a descansar y escribir en un sofá frente a un hogar en donde hay un fuego a leña que reconforta el alma. Me estoy por ir a dormir cuando me encuentro con Juan y Nahuel, dos amigos que conocí en Nelson hace unas semanas y que están trabajando ahí en Westport. Nos quedamos charlando un rato, se asombran y me felicitan por mi travesía en bici. Hago lo posible para mantener los ojos abiertos pero el cansancio me gana, así que saludo a los chicos con un abrazo y me voy a disfrutar de una cama con colchón y sábanas limpias, siendo las 22 hs.








03. 11 - DE WESTPORT A GREYMOUTH – DÍA PERFECTO





Me despierta el teléfono a las 6 de la mañana con mi novia llamando desde Argentina. Medio somnoliento me comunico como puedo pasándole las novedades del viaje, luego sigo dormitando un rato más y disfrutando de estar en la cama. Entre vueltas me levanto a las 8, preparo un desayuno con té, tostadas, Nutella y huevos. Preparo mi equipaje, me despido de Juan y Nahuel que salen a saludarme, y a las 9.30 estoy pedaleando en la ruta. Al principio y como de costumbre en estos primeros días el cuerpo me duele bastante, pero entro en calor y agarro ritmo rápidamente. Tengo viento a favor y el terreno es plano así que en una hora y media ininterrumpida llego a Charleston, primer contacto con el mar de Tasmania en la mundialmente famosa “West Coast”, la costa oeste de la isla sur de Nueva Zelanda. Allí paro a comer unas galletas junto a la playa y sigo viaje. De ahí en adelante el camino empieza a ponerse bastante difícil, me alejo del mar y vuelvo a camino de montaña, subidas y bajadas muy pronunciadas, tengo algo de viento a favor pero igual cada subida pone a prueba los límites de mi resistencia. Luego de la enésima subida le sigue una bajada en la cual diviso de vuelta el mar, me sorprendo de lo alto que estoy, empiezo así a bajar velozmente y acercarme a la playa que es bellísima, muy salvaje, cientas de rocas salen del agua dándole a la West Coast su aspecto salvaje característico. El paisaje es increíble, me siento inmensamente feliz de estar pedaleando ahí, pongo un poco de música en los auriculares y la mezcla de todo me hace moquear un poco. Saco muchas fotos, voy recorriendo por la ruta junto a la playa muy tranquilo, paro a cada rato, impresionado por el color azul del mar, la arena blanca, todo el entorno. Paro a almorzar en un mirador con una vista increíble de la costa, se me acerca un holandés que viaja en una campervan con su hermano y sus respectivas esposas. Hablamos de mi viaje, del fútbol, de su princesa argentina Máxima Zorreguieta y su padre con pasado militar. Luego del almuerzo hago unos pocos kilómetros y llego a Punakaiki, en donde recorro las “Pancake Rocks”, que como su nombre en inglés lo indica son formaciones rocosas que se asemejan literalmente a panqueques apilados unos sobre otros. Saliendo de ahí me encuentro de casualidad con dos amigas que conocí en Nelson y que están viajando en bus. Van para Greymouth, así que quedamos en encontrarnos ahí a la noche. Conozco ahí también a un argentino con el cual charlamos un rato e intercambiamos historias. Dejo así el lugar y vuelvo a pedalear a la ruta. El viento es muy fuerte y a favor, con sol a pleno, así que condiciones perfectas para pedalear y disfrutar. Pocas subidas y bajadas, todo el tiempo junto al mar azul, lo disfruto muchísimo. Sin darme cuenta llego así a Greymouth, haciendo 40km en sólo 2 horas. Greymouth es muy pintoresco, hay amenaza de lluvia así que decido dormir de vuelta en hostel. Después de todo estas también son mis vacaciones, así que no escatimo en comodidades. El hostel tiene baño con bañera, así que me relajo en un baño de inmersión, como un bacán. A las 19 me como tres paquetes de noodles, me voy hasta la playa a ver un increíble atardecer, a la vuelta en el hostel me quedo charlando con un kiwi que viajó en bici como yo, así que intercambiamos historias y consejos. Chequeo mails, me encuentro de nuevo con mis amigas con quien charlamos por un rato, y nuevamente vencido por el sueño y cansancio me vengo a dormir a mi cuarto para cerrar un día que podría calificar como “perfecto”, siendo las 23 hs.

04.11 – DE GREYMOUTH A LAKE MAHINAPUA – UN TROPEZON NO ES CAIDA




Me despierto en el hostel a las 7.30, la cama es increíblemente cómoda asi que deseo con todas mis ganas que al mirar por la ventana esté lloviendo tal como lo decía el pronóstico de ayer, así no me tengo que levantar y me puedo quedar toda la mañana en la cama. Pero para mi fortuna no llueve, aunque el cielo se ve amenazador y hay fuerte viento, augurando un día complicado. Dudo entre salir o no, pero en definitiva, pienso que el mal tiempo es inevitable y parte del viaje, no será ni la primera ni la última vez que me toque. Me levanto a desayunar, repito la receta de tostadas, Nutella y té, armo mi equipaje, me despido de un inglés que conocí ayer, y a las 9.30 ya estoy andando en la ruta. No van ni diez minutos de andar cuando se larga a lloviznar, nada fuerte pero lo suficiente para buscar refugio en una parada de bus. Al rato para de lloviznar, así que retomo la marcha, hago 20 minutos a buen ritmo, como siempre a la mañana tengo muy buena energía. Vuelve la llovizna, luego se transforma en una pequeña lluvia, y empiezo progresivamente a empaparme. Llego así a un puente de un solo carril, por el cual además pasan las vías del tren. Hay personal de tránsito dando paso a uno y otro carril, así que charlo con el de las señales hasta que me da paso. Arranco la marcha y cuando cruzo las vías del tren que corren casi paralelas al camino, la rueda delantera se engancha en las vías, pierdo el control y me voy directo al piso, sin escalas. Aterrizo en el pavimento con el codo y cadera izquierda, el camión que viene atrás me frena a dos metros. Chequeo primero el cuerpo, un par de raspaduras, la manga del rompeviento rota, pero todo ok, deseo que no haya pasado nada con la bici porque se va al tacho el viaje en bici al cuarto día. Por suerte todo está bien, no se rompió nada, así que sigo pese a estar empapado, dolorido, aunque pese a todo pensando que podría haber sido mucho peor. De hecho, a los pocos metros de continuar empiezo a reirme, nunca antes me había caído de la bici, por ser la primera vez estuvo bastante bien. Lección aprendida: extremo cuidado con las vías y con la bicicleta en días de lluvia. Sigo andando y a los diez minutos paro en un cruce de rutas, el hecho de detenerme no hace más que enfriarme, así que decido retomar la marcha, haciéndolo a buen ritmo. Llego así a Hokitika, completando 40km en dos horas, caída incluída, nada mal. Estoy mojado y con frío, pero no cansado. Quisiera continuar, pero no me queda otra opción que refugiarme en el techo de un supermercado junto a la ruta. Me pongo algo de ropa seca, y espero sentado leyendo mi libro a ver si para un poco de llover. A la hora de esperar decido que es suficiente, sobre todo porque ahora sí tengo realmente mucho frío. Me voy así bajo la lluvia hasta un hostel, en donde me atiende un estadounidense de raíces mexicanas, así que charlamos un rato. Le pregunto si me puedo quedar un rato hasta que pare de llover, a lo cual me dice que sí. El hostel es una casa pequeña, tiene un living con hogar a leña, lo mejor que me podría haber pasado en ese momento. Caliento los pies que tengo congelados, pongo a secar mi ropa mojada, me cocino algo para comer, y con una taza de té caliente me siento plácidamente en un sillón frente al fuego, leyendo y viendo cómo afuera la lluvia y el viento no dan tregua. Converso con una alemana y una estadounidense. Me gana el sueño y me quedo plácidamente dormido leyendo mi libro. Pienso que es una lástima no poder seguir pedaleando hoy, aunque es imposible subirme a la bicicleta con ese clima, así que teniendo en cuenta que son casi las cinco de la tarde decido pasar la noche ahí. No pasa media hora cuando veo que para de llover, y que por ahí se asoma algún que otro rayo caprichoso de sol. No sé qué fuerzas se apoderan de mí y me arrancan de donde estoy sentado, pero en diez minutos ya estoy con todo el equipo cargado sobre la bici, agradeciendo al dueño del hostel por su hospitalidad y emprendiendo de nuevo la marcha sobre la ruta. Lamentablemente al poco de haber salido se larga a llover de nuevo, es ahí donde se me viene a la mente la pregunta de qué es lo que me hizo salir de la cómoda situación en la que estaba, bajo un techo, cómodo y cálido, acompañado de gente agradable, para pasar a estar solo arriba de la bicicleta, mojándome, con frío y cansancio, sin saber dónde voy a pasar la noche. Del mismo modo y a mayor escala, pienso qué es lo que me hizo elegir este viaje en bicicleta por sobre los cientos de otros viajes que podría haber hecho con el mismo dinero y tiempo. Empiezo a creer que es la adrenalina y el gusto a lo desconocido, el estar abierto y predispuesto al sinnúmero de experiencias que se presentan al ponerse en movimiento. Parece mentira la cantidad de cosas que llego a vivir en un día andando en bicicleta, a veces hasta me cuesta a veces recordarlas cuando escribo. Cosas que, de hecho, difícilmente me sucederían si no saliera a buscarlas. Digo esto a las 19 hs, desde hace una hora aproximadamente estoy dentro de mi carpa bajo la lluvia terminando este relato, frente a un lago que encontré junto a la ruta, a un poco más de 10 km de donde estaba cómodamente sentado. Si alguien me pregunta ahora si prefiero estar acá o en el hostel en donde estaba plácidamente hace unas horas, la respuesta es obvia. Por si queda alguna duda, definitivamente prefiero estar acá!

05.11 - DE MAHINAPUA LAKE A FRANZ JOSEF GLACIER – SOBRE LLOVIDO MOJADO

Si pensaba que ayer había sido un día complicado por la lluvia, eso no ha sido nada en comparación a lo que me pasó hoy. Arranco el día bien temprano, 6 am, tuve una noche de muy buen sueño en la carpa, nada de frío ni humedad, de hecho hasta me cuesta levantarme del piso de la carpa en donde estoy cómodamente acostado, aunque parezca raro. Entre vueltas me levanto, preparo mi desayuno habitual con pan, Nutella, té y avena, desarmo la carpa que está bastante mojada, y tengo la esperanza de un día con buen clima ya que se ve el cielo casi despejado, sólo algunas nubes. Empiezo a pedalear a las 8.30, hace bastante frío y mi ropa está aún húmeda de ayer, pero a los pocos kilómetros como siempre entro en calor. En menos de 45 minutos llego a Ross, compro algunos frutos secos, bananas y continúo la marcha. El terreno es bastante plano, alguna que otra subida sin demasiadas dificultades, con lo que a las 10.30 estoy en Pukekura, en donde como algo, recargo agua, descanso unos minutos y continúo. Al poco de arrancar el cielo se cierra y empieza a llover, al principio es una pequeña llovizna, la lluvia ya me detuvo ayer y no quiero que hoy pase lo mismo, así que decido seguir. Al rato la llovizna se convierte en una lluvia bastante intensa, con lo que automáticamente mi rompeviento pierde su poca capacidad impermeabilizante, y así quedo íntegramente empapado. No ayuda el frío, que hace bastante, se siente fundamentalmente en los pies y las manos, sin embargo tengo que seguir pedaleando, no me quedan muchas opciones. Son las 12.30 cuando llego a Harihari, pequeño pueblito, en donde decido gratificarme un poco por el sufrimiento, me como unos spaghettis con salsa, tostadas, más una canasta de papas fritas, y lleno el tanque. Cuando estoy en pleno banquete se acerca una pareja de holandeses, uno de ellos también había bicicleteado bastante por europa, así que nos quedamos charlando por un rato. Me despido de ellos, duermo una pequeña siesta en un sillón del restaurant con ropa seca, y las 14.30 decido salir a pedalear nuevamente, pese a que aún me quedan 60 km para llegar a Franz Josef y sigue lloviendo. Mi ropa no se secó ni por casualidad, así que cuando me la pongo nuevamente básicamente me congelo. Pedaleo así de nuevo, siento el almuerzo -que fue excesivo- en la garganta, y me vuelvo a terminar de mojar. A esta altura es poco lo que puedo disfrutar del paisaje, voy casi todo el tiempo mirando la ruta, la lluvia me da en los ojos, así que trato de distraer mi mente con pensamientos de todo tipo, para no pensar en el frío y lo mojado que estoy. Me vuelvo a preguntar para qué diablos salí a pedalear y mojarme, pero bueno en fin a esta altura estoy pedaleando en el medio de la nada y es demasiado tarde para remordimientos. Así y todo llego a Whateroa, haciendo así 30 kilómetros en una hora y media bajo la lluvia ininterrumpida. Empiezo a notar que en condiciones normales empiezo a pensar en el cansancio, dolor de piernas, culo, brazos, etc, pero cualquier cambio climático, llámese lluvia, viento en contra, frío, etc, me hace olvidar del cansancio automáticamente. Cuando me detengo en Whateroa estoy íntegramente mojado, manos y pies heladas, escarbo en las alforjas y me devoro todo lo que me queda de comida. Analizo qué hacer, me faltan 30 kilómetros aún para Franz Josef, y ya llevo recorridos entre 90 y 100 kilómetros en lo que va del día. En el mapa veo algunos lagos en el camino, así que decido seguir y parar allí a acampar en caso de que no llegue a destino. En eso llega y se detiene un bus con pasajeros que descienden. Hablo con el chofer, le cuento que voy a Franz Josef y me ofrece llevarnos gratis a mí y a la bici. Le agradezco por el gesto, pero le digo que iría en contra de mis principios subirme a un vehículo si estoy en condiciones de seguir pedaleando. Bromea conmigo, le cuesta creer que me niegue, y para tentarme me abre la compuerta de equipaje del bus, por si quiero pensarlo dos veces. Una pareja de estadounidenses presencia la conversación y se ríen de la situación. En eso para de llover y sale un poco el sol, así que lo tomo como una señal para seguir pedaleando lo que me queda y no tentarme. Salgo así a las 16.15 a pedalear, por primera vez desde las 10 de la mañana no llueve, y me quedan 30 kilómetros por delante. Al poco de salir me sorprende uno de los rayos de la rueda trasera que se rompe, nada demasiado grave, por lo que puedo continuar. Empiezo por primera vez en lo que va del día a disfrutar un poco el paisaje, aún cuando hace frío y estoy mojado pese a que no llueve, además del cansancio que ya empieza a sentirse. Pero no dura mucho la alegría, pasa menos de una hora de pedaleo cuando -para mi descontento- el cielo se cierra de vuelta y empieza a lloviznar. En lo único en que puedo pensar es en llegar a Franz Josef, darme un baño caliente y dormir en una cama, aunque sé que aún me falta bastante para llegar, se hace realmente eterno. Paso por los lagos en donde pensaba quedarme y armar la carpa, pero ni siquiera tienen lugar para armar la carpa, están rodeados de árboles. Ahora sí tengo mucho frío y cansancio, no puedo casi avanzar, haciéndolo en la marcha más liviana. Paro en algunas casas de campo a ver si con la excusa de pedir algo de agua alguien se apiada de mí. Pero no parece ser el día de la caridad, me atiende una señora en una casa y luego de darme agua me dice que Franz Josef está sólo a 5 kilómetros. Ya me habían aconsejado que no conviene prestar atención a lo que te dice la gente respecto a las distancias, y efectivamente me ilusiono con esos 5 kilómetros que resultan ser el doble, aunque tal vez se multiplican por efecto del gran cansancio que llevo conmigo. Llego así finalmente a Franz Josef, muerto de frío y cansancio, mojado y sin fuerzas, luego de haber estado casi 7 horas pedaleando bajo la lluvia y el frío. Consigo un hostel lo más rápido posible, en donde me quedo más de media hora bajo la ducha caliente para recuperar el calor de mi cuerpo. Como dos platos gigantes de arroz con manteca, cuatro salchichas y tres huevos fritos con pan, para saciar la bestia hambrienta que tenía en mi estómago. La gente me mira como si no hubiera comido en meses. Es así que con el estómago lleno, mi cuerpo ya cálido y conforme por haber logrado llegar a destino pese a las adversidades, me siento a tomar un té y a escribir este relato, siendo las 21.30. Antes de irme a dormir conozco a Paola, una colombiana muy simpática que vive hace más de diez años en Barcelona, así que nos quedamos charlando de todo un poco por más de dos horas, momento en el cual me gana -como de costumbre- el cansancio y me voy a dormir.

06.11 - FRANZ JOSEF GLACIER - MERECIDO DESCANSO





Las circunstancias de ayer me hicieron decidir tomar este sexto día de viaje para descansar y reponer fuerzas. Arranco entonces el día muy relajado, pasé la noche en una cama nuevamente así que he descansado muy bien. Desayuno esta vez sin apuro y sabiendo que hoy no tengo que pedalear, pongo a secar la carpa y mi ropa que aún están mojados de ayer. Junto mi Ipod, cámara de fotos y salgo caminando hacia el glaciar Franz Josef. Caprichos de la vida, tenemos en Argentina uno de los glaciares más impresionantes del mundo y vengo a ver uno por primera vez acá en Nueva Zelanda. En fin, arranco así la caminata que bordea un río de deshielo, el entorno es realmente imponente, se ven el Mount Cook y Mount Tasman, ambos con mucha nieve. Camino unos 4 kilómetros y llego a un estacionamiento desde donde camino durante una hora más para llegar al pie del glaciar, todo por un camino de piedras, y yo que no tuve mejor idea que venir en ojotas. De a poco se empieza a divisar el glaciar, es imponente y cuando el sol lo ilumina se vuelve en algunas partes de un color azul intenso. Conozco en el camino a una francesa con la cual compartimos un rato caminando y charlando hasta que llegamos al glaciar. Una vez llegado saco fotos, hace bastante frío, sobre todo en mis pies descalzos, igual pienso que no es nada en comparación al frío que me tocó sufrir ayer. En ese mismo lugar charlo también con un neocelandés de unos 60 años que también viajó por el mundo, celebra mi viaje y me incentiva a seguir haciéndolo, me dice “escapate del sistema y viaja mientras puedas”, que “para casarse hay tiempo” y que él “ya cometió el mismo error dos veces”. En fin, luego de un rato contemplando el glaciar emprendo la vuelta, llego caminando al hostel, supuestamente era mi día de descanso pero a fin de cuentas me caminé más de diez kilómetros. Una vez en el hostel como unos panchos y me dedico al más puro “ocio”. Veo una película, chequeo mails, leo mi libro, etc. hasta que llega la hora de la cena, en donde me preparo una abundante comida. En eso aparece un israelí con una guitarra, charlamos un rato y le pido tocar un rato su guitarra, hace varios días que no toco. Más que pedirle la guitarra se la confisco, una vez que empiezo a tocar me cuesta parar, así que nos quedamos varias horas charlando, tomando unas cervezas y tocando la guitarra, todo esto hasta que se hace medianoche y mi cuerpo me pide dormir, cosa que hago cerrando así un día de descanso, relajado y sin pedalear por primera vez en lo que va del viaje.

07.11 - DE FRANZ JOSEF GLACIER A LAKE PARINGA – EXTRAÑA INTERACCIÓN CON LAS VACAS







Me despierto a las 8, el día de descanso se me pasó rápidamente así que es tiempo de activar y retomar el pedaleo en la ruta. Desayuno, me despido de Paola y también de Avish, el israelí de la guitarra. Me dispongo entonces a armar mi equipaje sobre la bicicleta como todos los días, estoy afuera del hostel cuando desde la vereda del frente se me acerca un estadounidense que también está viajando en bicicleta, se convierte en el primer cicloturista como yo con el cual tengo contacto. A diferencia de mí, él lleva su equipaje en un pequeño trailer que lleva enganchado a la bicicleta, mientras que yo llevo todo mi equipaje en alforjas que van sobre la parrilla de mi bicicleta. Me cuenta que puede cargar mucho más peso en el trailer comparado con las alforjas, aunque le hace ir un poco más difícil. Lo más curioso es que abandonó el pedaleo, se va a tomar un ómnibus, estuvo 6 días pedaleando y según sus dichos la pasó muy mal, así que hasta ahí llega. En este punto confieso que entre las miles de cosas que se me vienen a la mente cuando estoy pedaleando, es inevitable pensar a veces en bajarme, sobre todo cuando el panorama es adverso, llámese viento en contra, frío, lluvia o cansancio. Pero supongo que es natural, sería la opción más fácil, sin embargo pienso que si bien no tengo que demostrarle nada a nadie, ni tampoco estoy corriendo una competencia, trato siempre de cumplir con el objetivo de llegar al lugar que me propongo, aún ante las adversidades y los obstáculos que se presentan todo el tiempo. En fin, retomando el día, arranco a pedalear a las 10, al principio con un dolor muy fuerte de rodillas que en cierto punto llegó a preocuparme, sobre todo rodilla la izquierda en donde tengo una antigua operación de meñiscos. Pero por suerte una vez que entro en calor, el dolor de rodilla se calma bastante y me deja continuar afortunadamente. Mi objetivo es llegar hoy a Fox Glacier, sólo unos 25 kilómetros, los cuales me habían comentado que eran muy empinados, y no se equivocaron, saliendo de Franz Josef a los pocos kilómetros el camino empieza a subir por la montaña, al principio suavemente, pero luego se vuelve durísimo, para completarla hay algunos tramos de ripio en donde mis cubiertas de ruta resbalan y se hunden peligrosamente, haciéndome perder la estabilidad. En poco más de una hora logro completar sólo 10 kilómetros de ininterrumpidas subidas, así que es de acuerdo a mi cronograma es tiempo de parar y descansar porque el camino sigue subiendo. Luego de descansar e hidratarme continúo pedaleando y subiendo, a esta altura no hay prácticamente conductor que no pase y me salude, pensarán “a este tipo le faltarán algunos tornillos para estar andando por acá en bicicleta”. Con el corazón en la boca llego al final de la subida, ahí el camino empieza a bajar para alivio de mis piernas, que en la primer hora y media de pedaleada se me agotaron para todo lo que resta el día. Llego así a Fox Glacier, en donde está el glaciar homónimo, y teniendo en cuenta que ayer ya vi un glaciar, decido desviar para Lake Matheson, leí y vi fotos del lago como un espejo reflejando las montañas nevadas, incluso catalogado como uno de los diez lagos más lindos del mundo. Pues bien llego al lago en pocos minutos, hago la caminata hasta un mirador con la bici al lado, y cuando llego advierto que no hay sol, hay viento con lo cual el agua está agitada, y para completar el panorama las montañas están tapadas por las nubes, con lo cual no se refleja absolutamente nada en el lago, que parece ser uno de los diez lagos más comunes del mundo... Decido entonces volver para Fox Glacier y retomar la ruta 6, ahí aprovecho para almorzar algo y encarar los 70 kilómetros que me quedan para llegar hasta Lake Paringa, mi objetivo del día. El paisaje cambia bastante, las montañas se alejan un poco y aparecen planicies de campo verde, repleto de vacas pastando. Desde hace varios días me sucede algo muy curioso con las vacas, que evidentemente no advierto cuando paso en auto a 100 km/h. Noto que cuando paso frente a las vacas, todas (y digo literalmente todas, sean cien o doscientas) se quedan atónitas mirándome, y ván siguiéndome con la mirada mientras avanzo. Es muy gracioso sentirme observado por cientas de vacas, hasta incluso a veces estando aburrrido empiezo a hablarles, saludarlas, etc., en fin... creo que tanto tiempo en soledad arriba de la bicicleta me está trastornando un poco... De hecho hoy las vacas no sólo me miran como de costumbre, sino que empiezan a galopar a mi lado formando una estampida. Obviamente hasta que llegan al alambrado que las detiene, y ahí se quedan todas ellas, mirándome, y yo sonriendo ante la curiosa interacción. En fin, continúo atravesando mas campo, muchos valles de verde intenso, montañas repletas de arboles y selva muy espesa. Llego a Bruce Bay, nuevo contacto con el mar de Tasmania, me siento a descansar en una piedra frente a la playa y se me acerca un australiano que está estacionado en una van junto a su mujer, charlamos un rato y me regala una lata de Pepsi. Luego del descanso y de meterla azúcar a mi sangre retomo camino, así en menos de una hora hago 20 kilómetros y llego a Lake Paringa, un lago muy bonito, rodeado de montañas y bosques; la mala noticia es que está sumamente plagado de sandflies, más que en ningún otro lugar, son realmente insoportables. Armo así rápidamente la carpa espantando sandflies de cada centímetro de piel que tengo al descubierto, luego de eso me doy un baño y enjuagada rápida en el agua helada del lago, y una vez con pantalón y mangas largas me preparo dos paquetes de noodles que como en unas piedras en la playa del lago, disfrutando la vista. Satisfecho con mi cena y asediado por los insectos vuelvo a la carpa desde donde escribo este relato, siendo las 9.25.

08.11 - DE LAKE PARINGA A HAAST – UN DÍA DE FURIA









Empiezo el día no tan temprano, según mis cálculos hoy sólo tengo que hacer unos 50 kilómetros que me separan de Haast, así que mis planes son dormir un poco más, relajarme y disfrutar de la mañana. Sin embargo desde temprano el día pinta para ser complicado. Me despierta el sonido incesante de puertas corredizas de vans de turistas que se abren y cierran muy cerca de mi carpa. Al principio trato de no prestarle atención y seguir durmiendo pero se repiten tanto que terminan por despertarme y fastidiarme. Me despierto entonces y me quedo leyendo mi libro dentro de la carpa. El día afuera se ve lindo, mucho sol, alguna que otra nube. Me levanto, salgo de la carpa para desayunar y me ataca nuevamente una nube de sandflies, trato de tener paciencia pero sinceramente no me dejan desayunar en paz! El lago es hermoso, pero no puedo disfrutarlo porque estoy siendo literalmente atacado por una nube de insectos. Finalmente y harto del acoso junto mis cosas y a las 13 estoy saliendo a pedalear nuevamente. Apenas empiezo a pedalear siento el mismo dolor de rodillas de ayer, sólo que hoy es más fuerte y no se va con los minutos, por momentos pienso en parar porque es realmente doloroso. Sigo andando en esas condiciones, y sumado a todo esto siento que se rompe otro de los rayos de la rueda de atrás. Empiezo a preocuparme, ya perdí un rayo el viernes y ahora otro, parece que la rueda trasera no está preparada para soportar todo mi peso y el del equipaje que llevo. La rueda empieza a deformarse un poco, no obstante puedo seguir andando sin demasiadas complicaciones. Sigo pedaleando por una hora, el dolor de rodillas no afloja, sin embargo llego a Lake Moeraki, muy pintoresco, y como no me queda mucha agua para tomar decido pedir un poco en un “Lodge” que está en la ruta junto al lago. Llego a la recepción del complejo y no hay nadie, espero por unos minutos y sigue sin aparecer nadie, parece un lugar fantasma, así que empiezo a caminar por las instalaciones y me sirvo agua directamente de la canilla de la lavandería; cuando estoy saliendo de ahí me agarra un recepcionista y me trata como si fuera un ladron! Que porqué me metí sin preguntar, que estas no son instalaciones públicas, etc, etc, a lo cual le respondo que estuve esperando diez minutos que me atendieran y sólo necesitaba un poco de agua, le agradezco -irónicamente- por su hospitalidad y sin más me retiro del lugar. A esta altura por todos los sucesos acontecidos en lo que va del día mi humor es pésimo. Continúo entonces la marcha y empieza a soplar viento en contra, bastante intenso, lo cual no hace sino agravar aún más mi mal humor. A todo eso le sigue una subida terrible, más de dos kilómetros de pendiente ininterrumpida, así que completo mi fastidio, me cuesta encontrar un pensamiento para despejarme, pero por suerte recuerdo las 7 horas pedaleando bajo la lluvia y el frío del pasado viernes, así que concluyo que a pesar de todo la situación podría ser mucho peor. Sigo pedaleando en subida y llego así a Knights Point Lookout, con el corazón en la boca y las piernas agotadas. El lugar es increíble, un mirador sobre un risco junto al mar, con vista impresionante hacia ambos lados, el agua del mar oscila entre el azul, verde y turquesa, y para completarlo el cielo está absolutamente despejado. Así que logro relajarme un poco en el lugar, tratando de cargar un poco de energías positivas que me ayuden a cambiar el humor del día. Se me acerca una pareja de estadounidenses, me ofrecen amablemente un poco de agua a lo cual les digo que sí, y mientras me llenan el bidón nos ponemos a charlar, tienen unos 60 años y están de vacaciones, les cuento mi viaje y mi historia, son muy simpáticos así que la charla me pone de muy buen humor. Nos despedimos, vuelvo a mi lugar de descanso en el mirador, se me acerca también una pareja de españoles, charlo también un rato con ellos. Se hacen las 4 de la tarde así que retomo la marcha, pero apenas empiezo a pedalear la ruta sigue subiendo aún más, así que instantáneamente me invade de nuevo el mal humor, la subida es realmente empinada, así que por primera vez me encuentro perdiendo la paciencia y gritando a viva voz, “putamadre porqueee montaña y subida si estoy al lado del marrrrr porqueeeee”, sigo gritando e insultando a los cuatro vientos para descargar mi enojo, y empiezo a notar que la rueda de atrás está cada vez más deformada, ahora la llanta está tocando el taco de los frenos así que me está frenando! Tengo que parar y liberar el mecanismo del freno trasero para poder seguir. Por suerte y para mi fortuna la subida concluye y empiezo a bajar, pero trato de tener cuidado porque tengo un sólo freno, el delantero. Llego así a Shep Creek Point, un lugar increíble, troncos sobre la arena blanca de la playa repartidos al azar, mar azul intenso, pero hoy mi humor es pésimo así que no puedo disfrutar como debería. Conozco ahí a otra pareja de españoles, muy simpáticos también, nos quedamos charlando un rato en la playa, les cuento el día nefasto que estoy teniendo, pareciera como si hoy alguien me mandara a gente simpática para tranquilizarme un poco. Nos despedimos y yo sigo camino para completar los 20 kilómetros que me quedan. Al poco de salir veo que se me ponen al lado en la ruta y ofrecen llevarme en la van. Por segunda vez tengo que decir que no, a veces pienso que es un orgullo un poco estúpido, pero en fin, decido seguir pedaleando mientras tenga las condiciones para hacerlo, después de todo hoy sólo hice 40 kilómetros y hay pleno sol. Sigo entonces por la ruta que a esta altura es plana, el paisaje es realmente imponente, a mi izquierda los alpes con algunas manchas de nieve, bosques, y a mi derecha la playa y el mar azul. Llego finalmente a Haast, paso por un puente larguísimo por encima del Haast River, de un azul intenso, con los alpes de fondo, hermoso. Decido hacer una “autofoto” en el puente, apoyo la cámara en el cordón, la voltea el viento y cuando voy a levantarla la pantalla está toda borrosa y dice “lens error”, es decir, si algo me faltaba hoy, rompí la cámara digital. En ese momento me inundan las ganas de mandar todo al quinto demonio, no me pueden haber pasado todas estas cosas juntas en un mismo día. Por suerte no sé de qué manera la cámara resucita, me subo de nuevo en la bici y llego así al pueblo de Haast, muy pequeño pero bonito, con los alpes de fondo. Nuevamente y por las penurias sufridas decido recompensarme y dormir en un hostel, lo cual se me está haciendo costumbre. Me encuentro hoy con la disyuntiva de seguir mañana pedaleando con la bici en el estado en que está hasta Wanaka, unos 160 km bastante duros, o hacer ese tramo en bus con la bicicleta, porque acá en Haast no hay ningún negocio de reparación de bicicletas ni nada que se le parezca. Sigo pensando sin saber qué hacer, y voy a consultarlo con la almohada esta noche, con lo cual cierro este relato de un día más que complicado, siendo las 21 hs.

09.11 - DE HAAST A WANAKA – UN SABOR AMARGO







Luego de darle muchas vueltas al asunto y analizar opciones, decido finalmente tomar un bus junto con mi bicicleta hacia Wanaka. Me inunda un sentimiento que definiría como culpa, pero sinceramente no quiero estropear aún más el estado de mi bicicleta, considerando que aún me tiene que acompañar dos semanas más. La rueda de atrás está ostensiblemente deformada, sin dos rayos, y con la innminente posibilidad de que se sigan rompiendo más rayos, deformando aún más la rueda, aparte del hecho de que por este problema, sólo tengo un freno funcionando y es el delantero. Por ende decido escuchar a la cabeza en vez de el corazón, y opto así subirme a un bus con la bicicleta, algo que no tenía en mente pero que las circunstancias me obligan a hacer. Me levanto así a las 9 de la cama del hostel en Haast, desayuno, reservo un asiento en el bus de las 13 hs, y aprovechando un hermoso día de sol salgo a caminar hasta el río por la ruta. Camino unos 3 kilómetros por la ruta, con un entorno escénico increíble, lo cual aprovecho para relajarme y acomodar un poco mis ideas. Llego al Haast River, de un azul intenso, y corre por un lecho de piedras blancas y grises, con la cadena de los Southern Alps de fondo, justamente los que tenía pensado atravesar con mi bicicleta. Vuelve en mí la sensación de tristeza y desazón por no poder hacerlo, mala pasada me han jugado los desperfectos técnicos de la bicicleta. Encuentro alivio en que nada pude hacer para evitarlo, ni nada para repararlos estando en ese lugar. Vuelvo entonces al hostel luego de la caminata, almuerzo “fish ´n chips” y a las 13 estoy saliendo junto con mi bicicleta en bus hacia Wanaka. El camino es absolutamente increíble, va bordeando el Haast River, que serpentea en un valle repleto de bosques y montañas nevadas. Los paisajes y las vistas que se suceden son increíbles, y no puedo dejar de pensar en que me estoy perdiendo de recorrerlos en bicicleta. No obstante el viaje es muy ameno, entablo convesación con el conductor del bus todo el viaje, alternando entre historias suyas y propias, y me recomienda un negocio en Wanaka para arreglar mi bici. Me sorprendo de la velocidad a la que circulamos, que no es necesariamente alta, sino por el hecho de que en una hora logramos recorrer lo que a mí me hubiera llevado seguramente un día completo de pedaleada. Llegamos así a Wanaka a las 15, me despido del chofer dándole las gracias e inmediatamente me voy al “bike shop” a solucionar mis desperfectos técnicos. La persona que me atiende me tranquiliza diciéndome que hice lo correcto, de haber seguido pedaleando con la rueda así, seguramente tendría que haber cambiado todos los rayos. Me ofrece un arreglo que espero que me dure para completar los 400 kilómetros que me quedan aún. La bici va a estar lista y reparada recién mañana al mediodía, así que aprovecho para descansar y disfrutar del lugar, después de todo para eso estoy viajando. Wanaka es bellísimo, un pequeño pueblito frente al lago homónimo, detrás del cual se asoman las montañas todavía nevadas, y sin dudas la playa del lago es “el” lugar para relajarse. Luego de algunas horas en la playa y recorriendo el pueblito me voy a un hostel, en donde hay un balcón con vista al lago y las montañas, y unos sillones muy cómodos, así que me instalo ahí a leer mi libro. Converso con Lisa, una estadounidense que dice que me vio hace unos días en Franz Josef. Luego se suman dos neocelandeces, uno de ellos Maorí, llamado Tama, que es muy gracioso y extrovertido. Nos quedamos charlando absolutamente de todo, al rato Tama trae una botella de Bourbon Whisky, así que entre los cuatro nos tomamos casi toda la botella entre charla y charla, nos matamos de la risa. Tama me deja su teléfono por si necesito quedarme a dormir en su casa cerca de Queenstown cuando pase. Cerca de las 12 de la noche me gana el sueño, sumado a que el Bourbon me noqueó, así que con una interesante borrachera me despido y me voy a dormir cerrando así un nuevo y consecutivo día de descanso.