14.11.10 TE ANAU – A TODO O NADA

Duermo plácidamente en el hostel, pese a que en la habitación que me toca hay uno que ronca como un endemoniado. Por suerte se va temprano, así que duermo un poco más y a eso de las 9 empiezo a despertar lentamente. Apenas despierto empiezo a pensar qué voy a hacer mañana, pensando por un lado que haber llegado hasta acá fue más que suficiente, por ende debo decidir si me tomo un bus hasta Milford Sound, o me animo a hacer el último trecho de 120 kilómetros pedaleando. No me toma mucho tiempo decidirme por la segunda alternativa, aún cuando la rueda de atrás está ondulada y parece un “ocho”, con un rayo menos, y con la cierta posibilidad de que en el camino se rompa algun rayo más; sumado a que por todas estas circunstancias el freno trasero está desactivado. Me juego entonces a todo o nada en este último tramo, además porque probablemente va a marcar el fin de esta travesía en bicicleta de más de 1.000 kilómetros, cosa que pienso un segundo y me parece mentira haber hecho. Otra circunstancia que tengo en mente es el clima, esta zona es particularmente ventosa y además tengo la fortuna de que tiene el mayor promedio de precipitaciones de todo Nueva Zelanda! El clima es además impredecible, todos me dicen que nunca se puede confiar en el pronóstico, de hecho hoy pronosticaban baldes de lluvia y afuera hay un cielo azul sin una sola nube. Pese a todo, estoy mentalizado para intentar lograr mi objetivo de llegar pedaleando a Milford Sound. He pedaleado bajo la lluvia por 7 horas, con frío, con 60 kilómetros de viento en contra, sin freno trasero, por cuestas interminables, y aun así sobreviví y acá estoy. Por eso decido hacer este último tramo pedaleando. Por lo pronto y luego de deliberar en la cama me levanto sin mucho apuro, tomo mi desayuno en el living del hostel, que tiene un ventanal gigante con vista al lago Te Anau. Me quedo toda la mañana descansando las piernas que están muy cansadas, leyendo en los sillones y con vista al lago. Llega el mediodía y teniendo en cuenta que afuera hay un día increíble, me voy hasta el muelle del lago y ahí me quedo un par de horas, leyendo y escuchando música bajo los rayos del sol. Aprovecho para estirar y elongar con profundidad las piernas, me da risa porque pareciera que me estuviera preparando para un maratón, y a la vez tengo una especie de nervios, como si mañana rindiera un examen en la facultad. Doy algunas vueltas más por el pueblo que es pequeño y pintoresco, compro provisiones para mañana, bookeo mis viajes en bus de vuelta hacia Queenstown y Christchurch y vuelvo al hostel. Lavo algo de ropa, hago los últimos ajustes a los rayos de la rueda trasera y a la bici en general, preparo mi cena, la indumentaria para mañana, y me siento nuevamente en el living a ver cómo cae la noche sobre el lago, escribiendo este relato siendo las 21.30. Me voy a dormir así esperando que mañana sea un gran día. Ojala que el clima me acompañe. No obstante, si tuviera lluvia, viento en contra o cualquier otra circunstancia adversa, las acepto como parte del juego. Es curioso que cada vez que me han sucedido estas adversidades a lo largo del viaje, en lo único que puedo pensar es en mi familia, mi novia y mi hogar. Es como si en esos momentos difíciles la mente encontrara refugio en los lazos y lugares más fuertes, los cuales a pesar de estar lejos son la fuente más grande de energía para poder seguir avanzando. Se me vienen una vez más a la mente los paralelismos con la vida: en los momentos más duros, cualquiera sean, esos lazos siempre van a estar ahí, incondicionalmente, con los brazos abiertos. Aún cuando no estén físicamente presentes!

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