05.11 - DE MAHINAPUA LAKE A FRANZ JOSEF GLACIER – SOBRE LLOVIDO MOJADO

Si pensaba que ayer había sido un día complicado por la lluvia, eso no ha sido nada en comparación a lo que me pasó hoy. Arranco el día bien temprano, 6 am, tuve una noche de muy buen sueño en la carpa, nada de frío ni humedad, de hecho hasta me cuesta levantarme del piso de la carpa en donde estoy cómodamente acostado, aunque parezca raro. Entre vueltas me levanto, preparo mi desayuno habitual con pan, Nutella, té y avena, desarmo la carpa que está bastante mojada, y tengo la esperanza de un día con buen clima ya que se ve el cielo casi despejado, sólo algunas nubes. Empiezo a pedalear a las 8.30, hace bastante frío y mi ropa está aún húmeda de ayer, pero a los pocos kilómetros como siempre entro en calor. En menos de 45 minutos llego a Ross, compro algunos frutos secos, bananas y continúo la marcha. El terreno es bastante plano, alguna que otra subida sin demasiadas dificultades, con lo que a las 10.30 estoy en Pukekura, en donde como algo, recargo agua, descanso unos minutos y continúo. Al poco de arrancar el cielo se cierra y empieza a llover, al principio es una pequeña llovizna, la lluvia ya me detuvo ayer y no quiero que hoy pase lo mismo, así que decido seguir. Al rato la llovizna se convierte en una lluvia bastante intensa, con lo que automáticamente mi rompeviento pierde su poca capacidad impermeabilizante, y así quedo íntegramente empapado. No ayuda el frío, que hace bastante, se siente fundamentalmente en los pies y las manos, sin embargo tengo que seguir pedaleando, no me quedan muchas opciones. Son las 12.30 cuando llego a Harihari, pequeño pueblito, en donde decido gratificarme un poco por el sufrimiento, me como unos spaghettis con salsa, tostadas, más una canasta de papas fritas, y lleno el tanque. Cuando estoy en pleno banquete se acerca una pareja de holandeses, uno de ellos también había bicicleteado bastante por europa, así que nos quedamos charlando por un rato. Me despido de ellos, duermo una pequeña siesta en un sillón del restaurant con ropa seca, y las 14.30 decido salir a pedalear nuevamente, pese a que aún me quedan 60 km para llegar a Franz Josef y sigue lloviendo. Mi ropa no se secó ni por casualidad, así que cuando me la pongo nuevamente básicamente me congelo. Pedaleo así de nuevo, siento el almuerzo -que fue excesivo- en la garganta, y me vuelvo a terminar de mojar. A esta altura es poco lo que puedo disfrutar del paisaje, voy casi todo el tiempo mirando la ruta, la lluvia me da en los ojos, así que trato de distraer mi mente con pensamientos de todo tipo, para no pensar en el frío y lo mojado que estoy. Me vuelvo a preguntar para qué diablos salí a pedalear y mojarme, pero bueno en fin a esta altura estoy pedaleando en el medio de la nada y es demasiado tarde para remordimientos. Así y todo llego a Whateroa, haciendo así 30 kilómetros en una hora y media bajo la lluvia ininterrumpida. Empiezo a notar que en condiciones normales empiezo a pensar en el cansancio, dolor de piernas, culo, brazos, etc, pero cualquier cambio climático, llámese lluvia, viento en contra, frío, etc, me hace olvidar del cansancio automáticamente. Cuando me detengo en Whateroa estoy íntegramente mojado, manos y pies heladas, escarbo en las alforjas y me devoro todo lo que me queda de comida. Analizo qué hacer, me faltan 30 kilómetros aún para Franz Josef, y ya llevo recorridos entre 90 y 100 kilómetros en lo que va del día. En el mapa veo algunos lagos en el camino, así que decido seguir y parar allí a acampar en caso de que no llegue a destino. En eso llega y se detiene un bus con pasajeros que descienden. Hablo con el chofer, le cuento que voy a Franz Josef y me ofrece llevarnos gratis a mí y a la bici. Le agradezco por el gesto, pero le digo que iría en contra de mis principios subirme a un vehículo si estoy en condiciones de seguir pedaleando. Bromea conmigo, le cuesta creer que me niegue, y para tentarme me abre la compuerta de equipaje del bus, por si quiero pensarlo dos veces. Una pareja de estadounidenses presencia la conversación y se ríen de la situación. En eso para de llover y sale un poco el sol, así que lo tomo como una señal para seguir pedaleando lo que me queda y no tentarme. Salgo así a las 16.15 a pedalear, por primera vez desde las 10 de la mañana no llueve, y me quedan 30 kilómetros por delante. Al poco de salir me sorprende uno de los rayos de la rueda trasera que se rompe, nada demasiado grave, por lo que puedo continuar. Empiezo por primera vez en lo que va del día a disfrutar un poco el paisaje, aún cuando hace frío y estoy mojado pese a que no llueve, además del cansancio que ya empieza a sentirse. Pero no dura mucho la alegría, pasa menos de una hora de pedaleo cuando -para mi descontento- el cielo se cierra de vuelta y empieza a lloviznar. En lo único en que puedo pensar es en llegar a Franz Josef, darme un baño caliente y dormir en una cama, aunque sé que aún me falta bastante para llegar, se hace realmente eterno. Paso por los lagos en donde pensaba quedarme y armar la carpa, pero ni siquiera tienen lugar para armar la carpa, están rodeados de árboles. Ahora sí tengo mucho frío y cansancio, no puedo casi avanzar, haciéndolo en la marcha más liviana. Paro en algunas casas de campo a ver si con la excusa de pedir algo de agua alguien se apiada de mí. Pero no parece ser el día de la caridad, me atiende una señora en una casa y luego de darme agua me dice que Franz Josef está sólo a 5 kilómetros. Ya me habían aconsejado que no conviene prestar atención a lo que te dice la gente respecto a las distancias, y efectivamente me ilusiono con esos 5 kilómetros que resultan ser el doble, aunque tal vez se multiplican por efecto del gran cansancio que llevo conmigo. Llego así finalmente a Franz Josef, muerto de frío y cansancio, mojado y sin fuerzas, luego de haber estado casi 7 horas pedaleando bajo la lluvia y el frío. Consigo un hostel lo más rápido posible, en donde me quedo más de media hora bajo la ducha caliente para recuperar el calor de mi cuerpo. Como dos platos gigantes de arroz con manteca, cuatro salchichas y tres huevos fritos con pan, para saciar la bestia hambrienta que tenía en mi estómago. La gente me mira como si no hubiera comido en meses. Es así que con el estómago lleno, mi cuerpo ya cálido y conforme por haber logrado llegar a destino pese a las adversidades, me siento a tomar un té y a escribir este relato, siendo las 21.30. Antes de irme a dormir conozco a Paola, una colombiana muy simpática que vive hace más de diez años en Barcelona, así que nos quedamos charlando de todo un poco por más de dos horas, momento en el cual me gana -como de costumbre- el cansancio y me voy a dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario