12.11.10 - DE QUEENSTOWN A MOSSBURN – RAYOS!









Me despierto a las 8 sin saber aún si me quedo un día más en Queenstown o si bien sigo viaje hacia Milford Sound, mi destino final. Advierto que hay muy buen tiempo, algo atípico por estas latitudes, y sé que a la vuelta tengo que volver a pasar por Queenstown, así que decido seguir andando. Voy al súper para prepararme un desayuno bien nutritivo, así que me compro algo de pan, Nutella, bananas, naranjas, leche y un té. Suficiente energía para encarar los 120km que hoy tengo por delante hasta Mossburn. Salgo entonces de Queenstown a las 10, empiezo a bordear el lago con una vista espectacular, otra más. Por suerte tengo un interesante viento a favor, así que sumado a la ruta que es casi plana agarro una muy buena velocidad durante toda la primer hora. El camino sigue bordeando el lago, a mi izquierda tengo las montañas y a mi derecha el lago azul gigante, con más montañas de fondo, algunas con algo de nieve en las cimas. Disfruto mucho el paisaje, y la posibilidad de estar pedaleando ahí, en el medio de la nada, ya que es poco y nada de “civilización” lo que se ve, casi todo es naturaleza intacta, paisaje e inmensidad. En casi dos horas llego a Kingston, completando 50 kilómetros a gran velocidad, poco esfuerzo, y disfrutando paisajes bellísimos. Mejor imposible, digamos. Descanso en un almacen en Kingston unos minutos, recargo agua, calorías y continúo camino. El camino sigue plano, con leve inclinación en bajada y aún con fuerte viento a favor, así que sigo rompiendo récords de velocidad, haciendo un tramo completo de 10 kilómetros todo el tiempo en la velocidad más alta, siempre custodiado por hermosos paisajes, esta vez un valle verde de campos, lleno de ovejas pastando, y con las montañas de fondo. Llevo en ese momento unos 90 kilómetros recorridos a muy buena velocidad cuando vuelvo a sentir el sonido que no queria volver a oír: nuevamente se me acaba de cortar un rayo de la rueda de atrás! Contrario a lo que me imaginaba, me lo tomo con tranquilidad, después de todo si bien es un problema no me impide seguir andando. Llego así a Athol, un pequeño pueblito, aprovecho para ajustar el resto de los rayos, algunos han quedado un poco flojos y la rueda ya empieza a deformarse de vuelta. En eso se acerca una persona que me ve metiéndole manos a la bici, le cuento el problema y me dice que a unos metros de ahí hay un tipo que tiene varias bicicletas y quizás pueda ayudarme. Llego al lugar y efectivamente el tipo tiene probablemente más bicicletas que habitantes el pueblo, pero están todas abandonadas, tiradas en el patio de entrada de su casa, llenas de telarañas y oxidadas. Al principio intenta venderme una llanta entera, a lo cual le digo que sólo necesito un rayo, así que buscamos en el cementerio de bicicletas y encontramos uno similar. Me ocupo de sacar la rueda trasera, retirar la cámara y cubierta, pero cuando quiero poner el rayo me doy cuenta de que me lo impide el mecanismo de los piñones, no tengo forma de sacarlos ni las herramientas para intentarlo, así que desisto de la idea, dándole igual las gracias al dueño del cementero de bicicletas. Estoy terminando de inflar la goma de atrás cuando se acerca otra persona de unos 50 años, me pregunta si pinché una goma, le explico mi problema y me responde ofreciéndome llevarme unos 10 kilómetros más adelante hasta un cruce en donde él sigue para otro lado. Sin pensarlo mucho le digo que sí, ya que no tengo alternativas para reparar la bicicleta, y por pocos que sean prefiero ganar esos 10 kilómetros para llegar con la bici a Milford Sound, así que sin más vueltas cargamos la bicicleta y el equipaje en el auto. El tipo y su esposa son de Singapur, viven hace unos años en Nueva Zelanda y son muy simpáticos, así que charlamos de todo. Se acuerdan de la guerra de Malvinas, y lamentablemente de Galtieri. En pocos minutos llegamos al cruce de Five Rivers en donde yo me bajo y ellos siguen camino. La mujer me obsequia dos bananas que me vienen bárbaro ya que no almorcé aún, así que luego de armar de nuevo el equipaje sobre la bici y despedirme de ellos dándole las gracias, sigo camino. Me quedan sólo 20 kilómetros hasta Mossburn, pero apenas empiezo a pedalear, el mismo viento que tenía a favor me sopla directamente en contra! Se me hace muy difícil avanzar, tengo que hacerlo en la velocidad más baja, y con suerte puedo avanzar a paso de hombre. Sigo también alerta al ruido de los rayos de la rueda trasera, estoy perseguido y siento que en cualquier momento se me va a romper otro. A esa altura estoy bastante cansado, me cuesta avanzar, trato sin embargo de ser fuerte y seguir pedaleando. A la hora de haber salido tengo que parar a descansar porque estoy realmente agotado. Veo a lo lejos sobre unos montes una línea de molinos de energía eólica, parece ser que por esta zona el viento fuerte no es ninguna casualidad... Encaro así el último tramo, el viento parece ser cada vez peor, es tan fuerte que incluso me aturde los oídos, tengo que pedalear inclinado hacia adelante, apoyando los antebrazos en el manubrio para darle menos resistencia al viento. Llego así agotado y aturdido por el viento a Mossburn, un diminuto pueblo de campo, algunas casas, una cancha de rugby (como en todos lados en Nueva Zelanda, por supuesto) y una despensa. Pregunto por campings pero me dicen que el único que hay está 10 kilómetros para atrás y ya me lo pasé, así que ni loco pienso en volver, esos 10 kilómetros me costaron litros de sudor y lágrimas. Pregunto en un hospedaje si me dejan poner la carpa atrás en el patio y me dicen que no. Me aconsejan poner la carpa en cualquier lugar, que nadie me va a decir nada. Me tomo un instante para pensar y me voy a una despensa en donde como unos sandwiches para matar el hambre infernal que tengo. En eso se acerca una persona en una camioneta, me dice que un amigo tiene un alojamiento barato, que él va a entregar no sé que cosa a un pueblo, vuelve en 20 minutos y me lleva al lugar, me dice que lo espere ahí. Eso hago, pero resulta que el tipo nunca aparece, y a todo esto se cierra la noche así que sin ganas de moverme a ningún lado decido quedarme a dormir ahí mismo, en la mesa de la despensa, sobre la vereda de la ruta... Sinceramente tengo pocas ganas de armar la carpa, así que arrimo la bicicleta sobre un rincón, me acuesto al lado sobre el banco de madera, metido en la bolsa de dormir, a eso de las 11 de la noche. Apenas cierro los ojos me despierto sobresaltado y aterrorizado con el ladrido de un perro a un metro mío, resultó ser el perro guardián del taller mecánico de al lado que advirtió una presencia extraña, así que me ladra un rato desde el alambrado hasta que por suerte se cansa y me deja seguir dumiendo. Tengo algo de miedo de estar durmiendo en plena calle, si bien no hay un alma dando vuelta a esa hora, sólo pasan algunos autos y camiones muy de vez en cuando. Finalmente me gana el cansancio de un día agotador de pedealear y lidiar nuevamente con los rayos de la bicicleta, así que me duermo plácidamente sobre el banco de madera, como en el más lujoso de los hoteles.

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