09.11 - DE HAAST A WANAKA – UN SABOR AMARGO







Luego de darle muchas vueltas al asunto y analizar opciones, decido finalmente tomar un bus junto con mi bicicleta hacia Wanaka. Me inunda un sentimiento que definiría como culpa, pero sinceramente no quiero estropear aún más el estado de mi bicicleta, considerando que aún me tiene que acompañar dos semanas más. La rueda de atrás está ostensiblemente deformada, sin dos rayos, y con la innminente posibilidad de que se sigan rompiendo más rayos, deformando aún más la rueda, aparte del hecho de que por este problema, sólo tengo un freno funcionando y es el delantero. Por ende decido escuchar a la cabeza en vez de el corazón, y opto así subirme a un bus con la bicicleta, algo que no tenía en mente pero que las circunstancias me obligan a hacer. Me levanto así a las 9 de la cama del hostel en Haast, desayuno, reservo un asiento en el bus de las 13 hs, y aprovechando un hermoso día de sol salgo a caminar hasta el río por la ruta. Camino unos 3 kilómetros por la ruta, con un entorno escénico increíble, lo cual aprovecho para relajarme y acomodar un poco mis ideas. Llego al Haast River, de un azul intenso, y corre por un lecho de piedras blancas y grises, con la cadena de los Southern Alps de fondo, justamente los que tenía pensado atravesar con mi bicicleta. Vuelve en mí la sensación de tristeza y desazón por no poder hacerlo, mala pasada me han jugado los desperfectos técnicos de la bicicleta. Encuentro alivio en que nada pude hacer para evitarlo, ni nada para repararlos estando en ese lugar. Vuelvo entonces al hostel luego de la caminata, almuerzo “fish ´n chips” y a las 13 estoy saliendo junto con mi bicicleta en bus hacia Wanaka. El camino es absolutamente increíble, va bordeando el Haast River, que serpentea en un valle repleto de bosques y montañas nevadas. Los paisajes y las vistas que se suceden son increíbles, y no puedo dejar de pensar en que me estoy perdiendo de recorrerlos en bicicleta. No obstante el viaje es muy ameno, entablo convesación con el conductor del bus todo el viaje, alternando entre historias suyas y propias, y me recomienda un negocio en Wanaka para arreglar mi bici. Me sorprendo de la velocidad a la que circulamos, que no es necesariamente alta, sino por el hecho de que en una hora logramos recorrer lo que a mí me hubiera llevado seguramente un día completo de pedaleada. Llegamos así a Wanaka a las 15, me despido del chofer dándole las gracias e inmediatamente me voy al “bike shop” a solucionar mis desperfectos técnicos. La persona que me atiende me tranquiliza diciéndome que hice lo correcto, de haber seguido pedaleando con la rueda así, seguramente tendría que haber cambiado todos los rayos. Me ofrece un arreglo que espero que me dure para completar los 400 kilómetros que me quedan aún. La bici va a estar lista y reparada recién mañana al mediodía, así que aprovecho para descansar y disfrutar del lugar, después de todo para eso estoy viajando. Wanaka es bellísimo, un pequeño pueblito frente al lago homónimo, detrás del cual se asoman las montañas todavía nevadas, y sin dudas la playa del lago es “el” lugar para relajarse. Luego de algunas horas en la playa y recorriendo el pueblito me voy a un hostel, en donde hay un balcón con vista al lago y las montañas, y unos sillones muy cómodos, así que me instalo ahí a leer mi libro. Converso con Lisa, una estadounidense que dice que me vio hace unos días en Franz Josef. Luego se suman dos neocelandeces, uno de ellos Maorí, llamado Tama, que es muy gracioso y extrovertido. Nos quedamos charlando absolutamente de todo, al rato Tama trae una botella de Bourbon Whisky, así que entre los cuatro nos tomamos casi toda la botella entre charla y charla, nos matamos de la risa. Tama me deja su teléfono por si necesito quedarme a dormir en su casa cerca de Queenstown cuando pase. Cerca de las 12 de la noche me gana el sueño, sumado a que el Bourbon me noqueó, así que con una interesante borrachera me despido y me voy a dormir cerrando así un nuevo y consecutivo día de descanso.

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