Lunes 01.11 – DE NELSON A OWEN RIVER – PRIMER DÍA

Finalmente llega el día de la salida. Me despierto temprano, a las 6 am, luego de una noche de sueño reparador, como no me lo hubiera imaginado, por los inevitables nervios y la ansiedad que conlleva la partida. Desayuno opíparamente, té, pan, huevos revueltos, armo mi equipaje y despierto uno por uno a mis amigos que viven en el departamento conmigo para despedirlos. La despedida es rápida porque hace bastante frío, sacamos la foto de rigor, nos damos un abrazo y nos despedimos hasta la vuelta -espero-, en tres semanas. La primera impresión que tengo cuando termino de cargar todo en la bici -por primera vez- y empiezo a andar es de no creer lo pesada y rara que se siente. Nunca anduve con una bici tan cargada, y la diferencia es notable en los primeros metros. Salgo entonces de Nelson muy despacio, midiéndome con la bici en esta nueva condición. Son las 7 am, un día espléndido de sol brillante, pedaleo muy tranquilo, admirando y disfrutando de Nelson, el hermoso lugar que fue mi hogar por más de seis meses. Salgo de la ciudad por la ruta 6, mucho tráfico a esa hora de la mañana, llego a buen ritmo y en poco más de 30 minutos a Richmond, luego a la hora de viaje hago mi primer parada en Wakefield a 30km de Nelson, haciendo así un más que interesante promedio de 30km/h para el primer tramo. Los primeros kilómetros son bastante fáciles, casi todo el tramo es llano así que no tengo demasiadas exigencias. Hasta que llega la primer subida, son unos dos o tres km de subida pronunciada que me dejan el corazón en la boca. A esta altura me doy cuenta rápidamente que a la bici le vendría bien una marcha adicional, tiene 21 velocidades y veo que en subidas pronunciadas la marcha más liviana aún hace difícil la escalada, pero a fin de cuentas ya es tarde, ya estoy en pleno viaje y no me queda otra que acostumbrarme a lo que hay, aparte las rutas de Nueva Zelanda son una constante de bajadas y subidas, tendré que aprender a lidiar con ellas. Luego de esta primer subida le suceden un par de bajadas interesantes, la bici cargada agarra velocidad con suma facilidad, así que trato de mantener los ojos bien abiertos para evitar que cualquier imperfección en el camino -casi imposible de encontrar sin embargo, las rutas parecen un billar- me haga terminar aterrizando en el pavimento, cosa que no sería nada agradable. El paisaje cambia bastante, dejo las urbanizaciones y me veo rodeado de montañas repletas de bosques de pinos, siento un inmenso placer de poder recorrer con la bicicleta estos lugares. Hay gran tránsito de camiones cargados de troncos de pino, así que trato de estar atento y mantener firme la dirección porque más de uno me pasa muy cerca y la estela de viento que dejan al pasar es bastante peligrosa. El clima para el primer día no puede ser mejor: sol a pleno, casi nada de viento, y el poco viento que hubo, lo tuve a favor. Un poco frío, 5 Cº, pero se aguantan una vez que entro en calor. Otra cosa que advierto es que me cuesta encontrar el termostato para estar cómodo con el abrigo: con una misma prenda en las subidas me transpiro entero, y en las bajadas el viento frío me congela, son las cosas que van surgiendo en el transcurso de los primeros kilómetros. Sigo pedaleando, recibo muchos saludos de los conductores (será porque llevo la camiseta Nro. 10 de la selección argentina?), lo cual me distrae un poco. Pues bien, a las 12 del mediodía paro a almorzar, veo en la ruta un arroyo con un pequeño claro y decido tener ahí mi primer almuerzo. Preparo con mi cocina portátil dos paquetes de “noodles”, muy buena opción para estos viajes, ricos, livianos y baratos. Estoy preparando mi almuerzo cuando veo que se acerca un equivalente a nuestro “gaucho”, y digo “equivalente” porque acá se modernizaron y en vez de andar a caballo lo hacen en cuatriciclo. Al principio pienso que me viene a retar porque me había saltado el alambrado y estoy cocinando al lado del río dentro de su campo. Sin embargo se muestra muy amable y simpático, conversamos un rato, le cuento que soy de Argentina, y que viajo en bicicleta desde Nelson hasta Milford Sound, se sorprende y me felicita. Se retira amablamente, y me dispongo entonces a almorzar mis suculentos “noodles”. Luego del almuerzo y de un pequeño descanso, continúo la marcha. Advierto también que no es fácil administrar el tema del agua, que no es un tema menor sino todo lo contrario, llevo una botella de 750ml en el bolso del manubrio y otro bidón de 2 litros, pero me los termino rápidamente y no es fácil encontrar lugares para cargar: lo que en el mapa aparecen como “pueblos” son a veces sólo un conjunto de casas de campo repartidas al azar, o lo que es peor, sólo un cruce de rutas. Por el momento me las arreglo bien, una señora me da agua en una casa de campo, y en otra ocasión me sirvo directamente de la canilla de afuera en otra casa en la cual -aparentemente- no hay nadie. Siguiendo con el pedaleo, me sorprende así otra subida, terriblemente agotadora, por momentos interminable, probablemente la más dura que haya hecho jamás, será tal vez la sensación de estar tan cargado. En un momento me veo obligado a parar porque no tengo aire y siento que las piernas se me prenden fuego. Tomo aire y coraje, decido terminar la subida, llego así a lo que resulta ser la cima de una montaña, 634 metros de altura según un cartel que así lo indica, y culmino el primer gran desafío con gritos de dolor y alegría incluidos. Cada subida o cada recta interminable se convierten así en desafíos a mi resistencia física, aunque fundamentalmente mental, momentos en que las piernas parecen no dar más. Son esos momentos en donde entran a jugar la fuerza de voluntad y la convicción de lograr el objetivo, lo cual me da fuerzas para continuar. En fin, luego de esta primer subida descanso un poco, saco unas fotos porque la vista es hermosa, sigo pedaleando y tomo una bajada tan pronunciada como la subida que acabo de conquistar, me dispongo entonces a poner en alerta mis sentidos nuevamente, tomo gran velocidad y disfruto de la adrenalina y el viento en la cara. Hablando de la velocidad, decidí en este viaje no traer velocímetro. Prefiero no estar pendiente de la exactitud de los kilómetros que hago cada día, y confirmo que fue una buena decisión no haberlo traído. Me guío por los mapas que tengo y las señales viales que aparecen de vez en cuando. Se cuándo voy lento, cuándo voy despacio, y cuándo es el momento en que mis piernas dicen basta y necesitan un descanso. No estoy corriendo una carrera, ni tampoco tengo prisa de llegar a ningún lado. Estoy de vacaciones, y lo hago viajando en bicicleta. Tomo como hábito parar cada una hora aproximadamente, estirar las piernas, comer algo y seguir camino. Volviendo al día de hoy, aproximadamente a las 5 de la tarde, y luego de haber recorrido algo así como 110km, veo el cartel de un camping junto a un río azul cristalino que me acompaña desde hace varios kilómetros, y decido así que es más que suficiente distancia para el primer día. Pensaba llegar a Murchison, a 130km de Nelson, y seguramente lo hubiera logrado, pero en vez de pasar la noche en una ciudad prefiero parar y acampar allí en la naturaleza junto al río, el lugar es bellisimo. Estoy absolutamente solo en el camping, así que desarmo mis petates y armo mi carpa junto al río. En ese momento me ataca una nube de “sandflies”, que son como mosquitos, pero de la mitad del tamaño, y el doble de dolor y picazón cuando atacan. A duras penas logro armar la carpa y me tengo que meter adentro porque las sandflies son insoportables. Armo mi merienda con galletas de chocolate, Nutella, y feliz con el desarrollo del primer día de travesía, me dipongo a ponerme cómodo para escribir este relato, siendo las 18.25.










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