Introducción

En búsqueda de saldar una cuenta pendiente, a principios de 2009 decido irme a viajar a Nueva Zelanda por un año. Empiezo a organizar el viaje de a poco, averiguando datos, hablando con gente que estuvo allá, recibiendo nada más que comentarios positivos. La única dificultad parece ser conseguir un cupo para una visa de vacaciones de trabajo, hay sólo 1.000 lugares por año para Argentina. Pero con un poco de suerte y bastante insistencia, a fines de Octubre de 2009 logro conseguir la Working Holiday Visa para Nueva Zelanda por un año. En cuestión de días termino de ultimar los detalles y consigo un boleto de avión para el 25 de Noviembre de 2009 con destino a Auckland. Si bien mi círculo cercano estaba al tanto de mi proyecto, con el boleto de avión y visa en mano comunico a todos mi decisión de irme a viajar por un año. Muchos se sorprenden, no entienden mucho lo que estoy haciendo. Pero la gran mayoría me apoya, se alegra de mi decisión. Sin tomar real dimensión de la decisión que estoy tomando, dejo en Córdoba a toda mi vida: a una novia, a mi familia, en la cual se incluye mi único sobrino de un año y medio de edad, dejo mi trabajo como Abogado de empresas en un Estudio Jurídico y una jugosa propuesta laboral, dejo mi departamento y todas mis cosas, vendo mi motocicleta, y cargo en una mochila lo justo y necesario para vivir por un año.
No tengo otra certeza de que llego a Auckland el 27 de Noviembre, no sé que voy a hacer, ni dónde voy a ir, ni de qué voy a trabajar. Pero hay algo que me lleva a tomar la decisión de irme a viajar, y es tan fuerte que elijo hacerlo, por encima de lo que cualquiera consideraría -yo incluido- una vida ideal.
Llego finalmente a Nueva Zelanda el 27 de Noviembre de 2009. Apenas llegado viajo con  mis amigos Gastón y Vicky durante unos veinte días por toda la isla norte en auto. Me empiezo a asombrar de lo hermoso que es el país, su organización, la calidad de vida de la gente. A fines de Diciembre me instalo con mis amigos en Paihia, un pueblito turístico de ensueño en la costa este de la isla norte. Aguas cristalinas, bahía llena de islas y barcos, realmente hermoso lugar. Trabajo allí todo el verano, dando mis primeros pasos en la cocina de un restaurante, y descubriendo una verdadera pasión en algo que siempre hacía como hobbie: cocinar. Paso un verano increíble, cumpliendo el sueño -o mito- del que “deja todo” y “se va a trabajar a la playa”. Conozco cientos de amigos, de todas partes del mundo, vivimos todos en un hostel a una cuadra de la playa. Trabajo en el restaurante más lindo del pueblo y en muy poco tiempo logro progresos gigantes en mi nueva profesión de “chef”. Viajamos con mis amigos casi todos los fines de semana a playas cercanas, formamos un grupo realmente muy lindo, lo más parecido a una “familia” por estos lugares.
Luego de un verano increíble, se cumple el ciclo en Paihia y me mudo con mis amigos a la isla sur de Nueva Zelanda. Vamos bajando en auto y recorriendo lo que nos faltaba conocer de la isla norte. Cruzamos el estrecho de Cook en ferry hacia la isla sur y nos instalamos en la zona de Nelson, otra ciudad muy pequeña, realmente hermosa, rodeada de bosques, montañas, mar, clima soleado todo el año, y un entorno artístico y bohemio que lo hace un lugar ideal para vivir en paz y tranquilidad. Trabajo primero con mis amigos en una fábrica en Motueka, que empaqueta manzanas para exportación. Jornadas de casi 12 horas de trabajo, pocos francos de descanso, vida de obrero, de la casa a la fábrica, de la fábrica a la casa. Luego de tres semanas y muy buenos ingresos, decido volver a mi pasión: la cocina. Consigo rápidamente trabajo en un restaurante Italiano en Nelson, cuyos dueños son Arko y Luciano, indio y brasileño respectivamente, con quienes en muy poco tiempo forjamos una relación de amistad aparte de la laboral. A esta altura ya me encuentro consolidado como chef, estoy “segundo” en la cocina, y en pocas semanas tomo a mi cargo casi la totalidad de la producción del restaurante y la dirección del despacho de comida durante los servicios de almuerzo y cena. Me descubro a mí mismo trabajando apasionadamente, algunos días hasta 13 o 14 horas continuas, con gran dedicación. La gran cantidad de horas de trabajo redundan en buenos ingresos, tengo mi propio auto sedán, con el cual también viajo por todos lados, desde Nelson tengo a menos de dos horas centros de ski, playas paradisíacas, lagos y montañas, centros termales, de todo. Logro ahorrar bastante, así que en Julio me voy por un mes de vacaciones a Tailandia con amigos, recorremos por un mes casi todo el país, sus ciudades, templos, selva, playas paradisíacas, comidas, cultura, etc. Vuelvo a Nueva Zelanda, sigo trabajando en Nelson y en el mismo restaurante, en donde me ofrecen una visa de trabajo por para quedarme por dos años más, conformes al parecer con mi desempeño. Me veo en la situación de tener que elegir entre quedarme en Nueva Zelanda y seguir con la vida que venía haciendo, o volverme a Argentina.  Me decido entonces por volver a Argentina, me puedo considerar satisfecho con todo lo que viajé y lo que me queda aún por viajar. Decido priorizar mi vida afectiva, familia, amigos y mi futuro profesional, por sobre la alternativa individual de seguir viajando.
No obstante, antes de volverme a Argentina, organizo y planeo lo que va a ser mi último viaje en este año: un viaje en bicicleta. Siempre anduve en bicicleta durante los últimos años en Argentina, pero nunca hice un viaje largo, y creo que el lugar y el momento no podrían ser mejor para hacerlo. A los pocos días entonces me estoy comprando una bicicleta y todo el equipo adicional. Reviso un poco los mapas de la Isla Sur, y armo mi itinerario desde Nelson hasta Milford Sound, para algunos considerado el sitio “meca” del turismo en Nueva Zelanda, ubicado en el Fiordland National Park, en el extremo sur de la Isla Sur.
El recorrido en total son unos 1.200 kilómetros aproximadamente, de sólo pensarlo me parece una locura. Al principio dos amigos de Argentina, Pepe y Nico, parece que se suman para hacer el viaje conmigo, pero al final se ven imposibilitados de hacerlo, por lo tanto hago el viaje solo, tal como lo tenía pensado en principio. Y me siento conforme con ello, pienso que los viajes en soledad estimulan la espontaneidad, el ejercicio de la intuición, las sorpresas, y la vivencia de experiencias que sentados en la seguridad de nuestro sillón en casa difícilmente podamos vivir.
Planeo completar el recorrido en 20 días aproximadamente, con un equipo muy básico, consistente en una bicicleta de cicloturismo, carpa, bolsa de dormir, aislante, cocina de campaña, alimentos y abrigo, todo ello cargado en las alforjas y parrilla trasera de la bicicleta.
Por todo esto, me resulta de gran placer compartir los relatos de este viaje, marcado por las inclemencias del clima neocelandés, grandes distancias, las pruebas a la resistencia mental y física, algunos desperfectos técnicos en la bicicleta, pero fundamentalmente la contemplación al lento ritmo del pedaleo de paisajes imponentes que difícilmente pueda olvidar.

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